lunes, febrero 7

LA COSA MÁS EXTRAÑA QUE JAMÁS SE HAYA VISTO.

Silencio y cierra los ojos...

Era el lugar más encantador y misterioso que pudiera uno imaginarse. Los altos muros que lo rodeaban estaban cubiertos de rosales trepadores, y era tal la densidad de aquellos tallos sin hojas que se había formado una tupida maraña. El suelo estaba cubierto de hierba de color pardo debido al invierno, y de ella se elevaban macizos de maleza que, de estar vivos, seguramente también serían rosales; hasta los rosales corrientes habían crecido tanto por todas partes que parecían arbustos. Los delgados tayos y ramas, de colores grises u oscuros, componían un sinuoso y tenue manto que todo lo cubría: los muros y los árboles, hasta el mismo césped al que se habían precipitado en algunos tramos y sobre el que serpenteban. Lo que hacía que aquel lugar resultara extraño y hermoso era precisamente que los árboles estuvieran cubiertos de rosales tepradores, de los cuales pendían largos zarcillos como livianos telones que se mecían al vaivén del viento; aquí y allá, los zarcillos se ensortijaban entre sí o con alguna larga rama, y trepaban de un árbol a otro, y habían creado gallardos puentes tendidos por doquier. Aquella confusión vegetal en suspesión entre un árbol y otro era lo que daba al jardín un aire tan misterioso.


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